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La propuesta de Fitch de un ajuste al estilo Argentina

La evaluadora tiene un enfoque superficial, parcial y contraproducente para cualquier economía

El informe de la calificadora ofrece una buena oportunidad para repasar algunos fundamentos básicos de economía y reafirmar conceptos fundamentales. El trabajo no difiere demasiado de lo que sostienen muchos economistas y periodistas especializados: como bajar el gasto es difícil y hay que cortar mucho para que la deuda sea sustentable, entonces hay que aumentar los impuestos o inventar nuevos para poder reducir el déficit.
Una concepción matemática de la acción humana, diría von Mises. No muy distinta a las recomendaciones del Fondo Monetario: bajar el déficit no importa cómo. La misma idea que se le impuso a Macri cuando, luego de mantener el mismo nivel de gasto cristinista y de endeudarse para pagarlo, se le acabó el crédito y tuvo que a aferrarse al salvavidas de un acuerdo que lo obligó a un ajuste que no bajó el gasto estatal, sino que aumentó tarifas e impuestos a privados, con el resultado conocido.
Habrá entonces que empezar por recordar que no es lo mismo reducir el déficit aumentando impuestos que bajando el gasto. Porque el problema principal no es el déficit, es justamente el gasto. Cualquier economista sabe que es preferible tener un gasto pequeño con déficit que equilibrio fiscal con gasto elevado. Desde la corta e interesada mirada de un fondo de inversión, o de una calificadora, se percibe un espejismo: al bajar el déficit habrá más dólares disponibles, y la deuda se volverá sustentable en los cálculos.
Pero eso es sólo en los papeles. En la vida real, un aumento de impuestos tiene siempre mucho más efectos negativos y por más tiempo sobre el PIB y la actividad que la baja del gasto. Entonces, el déficit termina siendo porcentualmente igual o mayor que el que se intenta resolver, al achicarse el Producto, y el supuesto sustento de la deuda se cae a pedazos al reducirse el saldo del balance de pagos. Con lo cual el acreedor tampoco logra cobrar. Ajuste a la Argentina.
Si el déficit se intenta paliar con más impuestos, las recesiones duran mucho más que si se resuelven con baja del gasto, y ello causa más daño a los trabajadores, a los contribuyentes y al consumo. Por mayor abundamiento, la columna vuelve a recomendar el trabajo publicado este año bajo el título Austerity (Alesino, Favero y Giavazzi, @ Princeton University Press), donde se analizan con avanzada técnica 50 casos de ajustes de déficit en países y casos compables, con los resultados comentados.
En términos casi filosóficos, el otro problema de aumentar los impuestos cada vez que se gasta de más, es que se acostumbra al estado –y a la sociedad– a que sus dispendios son siempre inmortales y siempre financiables. Eso termina muchas veces en default. Otra vez ajuste a la Argentina. Dudosamente eso puede servirle a los acreedores, ni tampoco a Fitch.
Ciertamente, las dificultades instantánteas políticas, legales, sociales y las presiones de muchos intereses, hacen que parezca más fácil aplicar soluciones alternativas que ofrecen menor resistencia, pero se trata de un inmediatismo que tiende a obnubilar el razonamiento, a hacer olvidar lo aprendido en los claustros y a debilitar la voluntad de quienes deben aplicar los remedios. Tampoco es menor la amenaza latente de hordas salvajes rompiendo y quemando bienes públicos. Pero todas las hordas no alcanzan a cambiar las leyes económicas. Habrá que usar el capital político y la capacidad de persuadir y de paso testear el apotegma de que Uruguay es distinto.
También es cierto que a lo largo de quince años, como explica El Observador en esta nota, se fue armando una barricada legal que tiene componentes lógicos y otros exagerados, cuando no directamente nocivos. Nuevamente se deberá recurrir a la negociación, la persuasión, la creatividad y a usar los mecanismos legales existentes para corregir esas poison pills paralizantes, que tienen en muchos casos características que rozan lo inconstitucional o debieron ser objetos de una reforma de la Constitución. De lo contrario, esas leyes harían innecesario votar, porque cualquier gobierno estaría atado a un modelo ideológico, lo compartiese o no.
Un tema de fondo que deja de lado el informe de Fitch es el valor de un plan, tanto para la ciudadanía como para los acreedores, los bancos y las calificadoras de riesgo, que no deberían comportarse solamente como una oficina burocrática tipos FMI u OCDE. Por plan no debe interpretarse un conjunto de buenos deseos o pronósticos, sino un proyecto de tres o cuatro años elaborado en detalle, un copromiso del gobierno y sus funcionarios, un cronograma de acciones y metas, debidamente cuantificado. Un compromiso que requeriría de los jerarcas un seguimiento trimestral y una continua rendición de cuentas al público, para evaluar los resultados, los desvíos y las demoras.
Para los rioplantenses que las saben todas, esta idea es utópica, sobre todo por la costumbre de que la política sea frecuentada por algunos charlatanes. Pero un gobierno serio que tiene que enfrentarse a un cambio de habitos, prácticas y excesos, debe utilizarlo como eje de su política económico-social. De paso, es una excelente herramienta para convencer a los inversores y mercados de deuda.
Como referencia para los escépticos, ese concepto de plan fue utilizado con gran éxito por Suecia, cuando tuvo que salir de la quiebra (sic) a la que la llevó el socialismo y pasar a ser un país económicamente serio. El resultado fue notablemente bueno, pese a que todavía muchos sigan sosteniendo que Suecia es socialista.
Fitch equivoca el consejo, y propone algo que puede ir en su propia contra. De paso, seguramente sin intentarlo, pone una presión innecesaria sobre los jerercas del nuevo gobierno, que necesitarán toda su energía, su convicción, su tenacidad, su capacidad y su coraje para bajar el gasto y subir las chances de bienestar para todos.
Fitch propone un ajuste a la Argentina. Lo que hace falta es un ajuste a la uruguaya, diría Jorge Batlle. Y tendría razón.